31.8.07

París, Texas...



Los conocía. A los dos. Estaban enamorados. La chica era muy joven... tenía unos 17 o 18, creo. Él era bastante mayor. Era un poco salvaje y rebelde. Ella era muy guapa, ¿sabes? Juntos todo lo convertían en una especie de aventura. Incluso ir al supermercado se convertía en una aventura. Siempre se estaban riendo por tonterías. Le encantaba hacerla reír. Y no se preocupaban de lo demás, porque lo único que querían era estar juntos. Siempre estaban juntos. Eran muy felices. Él la amaba más de lo que nunca había creído posible.

(...)Él empezó a beber mucho. Y volvía tarde a casa para ponerla a prueba, para ver si se ponía celosa. Quería darle celos pero no se ponía celosa: sólo se preocupaba por él. Y eso aún le desesperaba más. Pensaba que si no tenía celos era porque no le importaba. Los celos eran una señal del amor que sentía por él.

Entonces, una noche le dijo que estaba embarazada. Estaba de 3 o 4 meses. Y él ni siquiera lo sabía. De repente, todo cambió. Dejó de beber y consiguió un trabajo fijo. Estaba convencido de que le amaba porque llevaba a su hijo. Él pensaba dedicarse a formar un hogar para ella. Pero empezó a ocurrir algo extraño. Ni siquiera lo notó al principio. Ella empezó a cambiar.

El día que nació el niño empezó a irritarle todo lo que la rodeaba. Se enfadaba por todo. Hasta el niño le parecía una injusticia. Él intentaba que las cosas estuvieran bien para ella. Le compraba cosas, salían a cenar una vez a la semana... Pero nada parecía satisfacerla. Durante dos años luchó para volver a estar unidos como al principio. Pero, finalmente, supo que nunca funcionaría, así que volvió a la bebida, pero esta vez en serio.

Ahora, cuando volvía tarde a casa, ella no estaba preocupada ni celosa. Sólo enfurecida. Le acusaba de tenerla atada, por haberle hecho un hijo. Le dijo que soñaba con escapar. Sólo soñaba una cosa, escapar. Se veía a sí misma corriendo desnuda por una carretera, atravesando campos y cauces de ríos. Siempre corriendo. Y siempre justo cuando estaba a punto de conseguirlo él aparecía allí. La atrapaba de algún modo. Aparecía para retenerla. Cuando le contó estos sueños, él los creyó. Supo que, o la retenía, o se iría para siempre. Así que le ató una campanilla al tobillo para poder oirla por la noche si se levantaba de la cama. Pero aprendió a silenciarla metiendo un calcetín. Consiguió escurrirse poco a poco de la cama y salir al exterior. Él la oyó, cuando el calcetín cayó, corriendo hacia la carretera. La cogió, la llevó a rastras a la caravana... y la ató a la cocina con su cinturón. La dejó allí, volvió a a la cama y se quedó tumbado escuchando sus gritos... y los gritos de su hijo. Se sorprendió porque ya no sentía nada. Todo lo que quería era dormir.

Por primera vez, deseaba estar lejos, perdido en un vasto país donde nadie le conociera. Un sitio sin gente ni calles. Soñó con ese lugar sin saber su nombre. Y cuando despertó, estaba ardiendo. Había llamas azules quemando las sábanas. Corrió atravesando las llamas hacia las únicas personas que amaba. Pero se habían ido. Sus brazos estaban ardiendo, se lanzó fuera... y rodó por el suelo mojado. Y echó a correr. Nunca miró atrás hacia el fuego. Sólo corrió. Corrió hasta que salió el sol. Y no pudo correr más. Cuando se puso el sol, corrió otra vez. Corrió así durante cinco días... hasta que todo signo humano desapareció."

14.8.07

Tarde...


Foto:Clara Rosson

Entre semana...

" Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron, pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio. "

Clarice Lispector

9.8.07




Un día será el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi extrema individualidad de persona, pero seremos uno solo.
Clarice Lispector

2.8.07

My home, my life...

La vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles fueron incorrectas. En la situación dada sólo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones.

M. Kundera
La insoportable levedad del ser.-

1.8.07

Hoy, nada.