19.9.07

Sabina...


Está obsesionado por esa millonésima diferencial que distingue a una mujer de las demás mujeres (...) por qué buscaba esa millonésima difrencial precisamente en el sexo (...) en todos los demás está a los ojos del público, no es necesario descubrirla (...) Unicamente en la sexualidad la millonésima diferencial aparece como algo extraordinario, porque no está al alcance del público y es necesario conquistarla (...) De modo que no era el deseo de placer (el placer llegaba como un premio, por añadidura), sino el deseo de apoderarse del mundo (de hendir con el escalpelo el cuerpo yacente del mundo) lo que le hacía ir tras las mujeres. Entre los hombres que van tras muchas mujeres podemos distinguir fácilmente dos categorías. Unos buscan en todas las mujeres su propio sueño, subjetivo y siempre igual, sobre la mujer. Los segundos son impulsados por el deseo de apoderarse de la infinita variedad del mundo objetivo de la mujer. La obsesión de los primeros es lírica: se buscan a sí mismos en las mujeres, buscan su ideal y se ven repetidamente desengañados porque un ideal es, como sabemos, aquello que nunca puede encontrarse. El desengaño que los lleva de una mujer a otra le brinda a su inconstancia cierta disculpa romántica, de modo que muchas mujeres sentimentales pueden sentirse conmovidas por su terca poligamia. La segunda obsesión es épica y las mujeres no ven en ella nada conmovedor: el hombre no proyecta sobre las mujeres un ideal subjetivo; por eso todo le resulta interesante y nada puede desengañarlo. Y es precisamente esa incapacidad para el desengaño la que contiene algo de escandaloso. La obsesión del mujeriego épico le produce a la gente la impresión de que no se ha pagado nada a cambio de ella (no se ha pagado con el desengaño) Debido a que el mujeriego lírico persigue siempre al mismo tipo de mujeres, nadie se da cuenta de que cambia de amantes, los amigos le crean permanentemente conflictos porque no son capaces de diferenciar a sus amigas y les atribuyen siempre el mismo nombre. Los mujeriegos épicos se alejan cada vez más, en su búsqueda del conocimiento, de la belleza femenina convencional, de la que se han hartado rápidamente, y terminan indefectiblemente como coleccionistas de curiosidades. Saben que lo son, les da un poco de vergüenza y, para no poner a los amigos en aprietos, no suelen salir públicamente con sus amantes.

"La insoportable levedad del ser". Milan Kundera

17.9.07

Closer

-Cómo se llama esta sala?

-La suite Paraíso.

- ¿Cuántas suites Paraíso hay?

- Ocho.

-¿Tengo que pagarte para que me hables?

-No, pero si quieres darme propina será bienvenida.

-Yo solía venir hace años. Era un club punk. Este escenario era...Todo es una versión de otra cosa. Hace 20 años…¿Qué edad tenías?

-4.

-Dios. Cuando yo ardía, tú llevabas pañales.

-Mis pañales ardían.

- Tienes el rostro de un ángel.

- Gracias.

- ¿A qué sabe tu concha?

- A cielo.

¿Hace cuánto haces esto?

-Tres meses.

- Apenas te dejó.

- A mí nadie me dejó.

-¿Todo esto te excita?

-Algunas veces.

- Mentirosa. Me dices que te excita porque crees que me excita saber que te excita.

-La idea de que me desnude ante desconocidos no te excita?

-Oh Dios, sí. ¿Estás coqueteando conmigo?

- Quizás.

- ¿Te permiten coquetear conmigo?

- Claro.

- ¿De veras?

- No, no me lo permiten. Estoy violando algunas normas.

- Te estás burlando de mí.

- Sí. Me permiten coquetear.

- Para sacarme más dinero.

- Para sacarte dinero puedo hacer o decir lo que quiera. Salvo tocar. No me permiten tocar.

- Abre tus piernas. Más. Muéstrame.¿Qué pasaría si te toco ahora?

- Llamaré a seguridad.

- ¿Qué harán ellos?

-Te dirán que no regreses más.

- Y si me rehúso a marcharme.

- Te sacarán. Hay cámaras de seguridad en el techo.

-Intentaré no tocarte. Quisiera tocarte. Más tarde.

-No soy una puta.

-No te pagaría.

10.9.07


Belisa:

La criada perfumó esta habitación con tomillo y no con menta como yo le indiqué... Ni puso a la cama las finas ropas de hilo que tiene... (En este momento suena una música suave de guitarras. Belisa cru­za las manos sobre el pecho) ¡Ay! El que me busque con ardor me encontrará. Mi sed no se apaga nunca, como nunca se apaga la sed de los mascarones que echan el agua en las fuentes. (Sigue la música) ¡Ay qué música, Dios mío! ¡Qué música! Como el plumón caliente de los cisnes... ¡Ay! Pero, ¿soy yo?, ¿o es la música?


AMOR DE DON PERLIMPLÍN CON BELISA EN SU JARDÍN, Federico García Lorca



7.9.07

A los libertinos


Voluptuosos de todas las edades y sexos, sólo a vosotros dedico esta obra; nutrios con sus principios, porque favorecen vuestras pasiones, y ellas —de las que os espantan los moralistas fríos y vacíos— no son sino los medios de que se sirve la naturaleza para conducir a los hombres hacia los fines que les ha asignado. Atended esas deliciosas pasiones; sólo ellas pueden conduciros a la felicidad.

Mujeres lúbricas: que la voluptuosa Saint-Ange sea vuestro modelo; despreciad, a su ejemplo, todo lo que contraríe las divinas leyes del placer que la encadenaron.

Jóvenes doncellas, durante tanto tiempo atadas por los lazos absurdos y peligrosos de una virtud imaginaria y de una religión repugnante: imitad a la ardiente Eugenia; destruid, pisotead con su misma ligereza todos los ridículos preceptos inculcados por vuestros imbéciles padres.

Y vosotros, gentiles seductores, vosotros que desde la juventud no tenéis más frenos que el del deseo, ni más leyes que las de vuestros caprichos, que el cínico Dolmancé os sirva de ejemplo; id tan lejos como él, si a su semejanza queréis recorrer los caminos de flores que os prepara la lubricidad; convenceos con su enseñanza, ya que sólo extendiendo las esteras de sus gustos y de sus fantasías, o sea sacrificando todo a la voluptuosidad, el desdichado individuo conocido con el nombre de hombre y arrojado a su pesar sobre este triste universo podrá sembrar algunas rosas sobre las espinas de la vida.


Marqués de Sade, "Filosofía en el tocador".

6.9.07

Sade


(...) Este, llamado padre Severino, era un hombre alto y de una belleza áspera, cuyos rasgos juveniles y físico robusto desmentía su edad verdadera, cincuenta y cinco años. El acento musical que adornaba sus palabras sugería su origen italiano, y la gracia de sus movimientos tenía ese estilo que se suele achacar a esa raza de libertinos. (...) El pasillo carecía de luz, y el padre Severino, apoyándose en una pared para orientarse, empujó a Justine por delante. Pasándole un brazo por la cintura, deslizó la otra mano por entre sus piernas y exploró las partes púdicas hasta que localizó el altar de Venus. Allí aferró su mano hasta que llegaron a la escalera que conducía a una habitación que estaba dos pisos más abajo de la iglesia. El cuarto estaba espléndidamente iluminado, y amueblado con gran lujo. Pero Justine apenas observó lo que la rodeaba pues sentados alrededor de una mesa en el centro de la sala se encontraban otros tres frailes y cuatro muchachas... ¡los siete totalmente desnudos!

–Caballeros –anunció el padre Severino–, nuestra compañía se verá honrada esta noche por la presencia de una muchacha que lleva a la vez en el hombro la marca de la prostituta y en el corazón la candidez de un infante, y que encierra todo su ser en un templo cuya magnificencia es un deleite contemplar–. Y pasando por detrás de ella, encerró sus senos entre las manos.

(...) Entonces, una vez pasado aquel instante de brutalidad, volvió a sitiar la ciudadela, apretando, ensanchando y empujando a la fuerza una y otra vez hasta que, finalmente, el baluarte cayó. Un horrendo grito de agonía llenó la sala cuando el monstruo invasor desgarró los intestinos de la joven. Palpitante y agitado, el escurridizo reptil lanzó hacia adelante su veneno y después, privado de su rigidez, se rindió a los frenéticos esfuerzos de la joven para expulsarlo. El padre Severino, lívido de furor al verse imposibilitado para mantener el asedio, cayó al suelo inconsolable. (...) Levantándola por el aire con un solo brazo, el gigantesco sacerdote la tendió sobre sus rodillas; entonces, agitando airosamente un látigo, le cruzó tres veces las nalgas. Justine se retorció bajo el ardor de los golpes, pero sus penas sólo habían comenzado, pues el padre Clemente sólo estaba haciendo una prueba. Entonces, satisfecho con su postura y con la forma en que tenía asido el látigo, el odioso fraile alzó el arma de largas lenguas muy por encima de su cabeza y la dejó caer con fuerza sobre la joven. Los bordes cortantes del cuero rebanaron sin piedad toda su carne, dejando brillantes líneas de sangre a su paso; el dolor era tan fuerte que el grito de la pobre niña se ahogó en su garganta. Excitado por la visión de sangre, el bárbaro padre Clemente la azotó entonces con furia vesánica. Ninguna parte de su cuerpo quedó a salvo de su bestialidad. Brillantes, rojos arroyuelos le corrían por la espalda, desde los hombros hasta las nalgas, y rodeaban sus muslos como finas culebrillas de color carmesí. Más excitado aún por este espectáculo, el vicioso sacerdote la forzó a colocarse boca arriba, y pegó su odiosa boca a la de ella, como si tratara de arrebatarle de los pulmones los gritos que su látigo no había podido arrancarle. Alternativamente le chupaba la boca y le golpeaba el abdomen, y cuanto más se agitaba y se debatía Justine en su angustia, más satisfecho parecía él. A veces le mordía los labios, otras le pellizcaba las nalgas, después le golpeaba el pecho con la barbilla, seguidamente le rasguñaba el vientre, pero su furia no parecía aplacarse con nada. Estando los labios de Justine entumecidos ya por tanto mordisco, y su abdomen encarnado por los golpes y arañazos, el diabólico Clemente concentró sus ataques contra los pechos. Amasaba con los dedos los globos de maravillosa suavidad, los apretaba con las palmas de sus manos, los estrujaba el uno contra el otro y después tiraba de ellos para apartarlos; pellizcaba los pezones, metía la cara en el surco que los separaba y mordía su circunferencia. Finalmente, en un alarde de ferocidad, metió uno dentro de su boca y lo mordió con toda fuerza. Nuevamente llenaron el aire los alaridos de Justine y, mientras el padre Clemente levantaba el rostro, lleno de gozo, dos chorros de sangre le corrían por las comisuras hasta la barbilla.


Fragmento de "Justine", Marqués de Sade.

4.9.07

Grrrrrrrr.......


Está por empezar la primavera....